… llegué
a clavar el pico, y de pronto, como si el sueño hubiera sido de quince minutos,
había que pararse. Todo apendejado me arreglé, refunfuñé, caminé como zombie, y
de pronto ya estaba rumbo al museo.
Llegando a la cercanía del Soumaya, me pone de malas
sentirme en territorio Slim. Toda esa parte de Polanco llena de tráfico y de
construcciones, de nuevas torres y edificios de departamentos, de oficinas, no
me gusta nada… le llamo Ciudad Slim, y siento que, como no pudo adueñarse del
Centro Histórico, consiguió adueñarse de un lugar sin nombre, sin lujo, de una
zona que ahora le llaman "El Nuevo Polanco".
Todos sabemos que “El Nuevo” Acapulco, Polanco, Vallarta,
etc.. son remedos hipsterosos de lo que alguna vez fue un lugar de esplendor y
gloria.
Cuando viajes, procura nunca visitar la “Nueva” Italia, o el
“Nuevo” Soho. Evidentemente encontrarás decadencia y una interpretación
posmoderna y burda de lo que fueron las cosas en su plenitud.
Espero nunca ser “El Nuevo Arta”.
Llegamos al bodrio de arquitectura que es el sobado Museo
Soumaya. Un encargo arquitectónico con mucha pretensión, apantallador para el incauto que no
ha tenido contacto con las obras de verdaderos arquitectos como Gaudí, Walter Gropius, Le Corbusier, Calatrava, del mismo y
mexicanísimo Barragán. El trabajo se lo lleva de tarea el yerno del señor Slim
y decide hacer un museo que en la distribución y el tránsito de los usuarios se
asemeje al Guggenheim de Nueva York, pero que por fuera nos recuerde las formas
orgánicas del Guggenheim de Bilbao. Resultado: metes en la licuadora dos
Guggenheims y te da una especie de lata retorcida con escamas metálicas, que
además está casi pegada a un complejo de edificios comunes y corrientes, con ventanas de espejo, donde se
encuentra el regimiento de godinez que abarrotan los corporativos de
Telcel y empresas hermanas.
Para terminar de acotar los sentimientos que siempre comento respecto de este museo, no me deja de impresionar cómo, el hombre más rico DEL PLANETA, el millonario mayor, no pudo apropiarse del espacio de una manera más
integrada a la naturaleza… hay pedacitos de pasto aquí y allá, pero todo está
amontonado, como ha sido un estilo en México, barroco, sin espacio para dar pasos
hacia atrás y poder apreciar un monumento, o un edificio sin que tengas que
chocar con más edificios y obstáculos.
Nuestro impulso es hacia el
rebuscamiento, como herencia de esa época de influencia española, y después
francesa. No me queda más que pensar que el señor Slim no sabe que el mayor
lujo, sobre todo en la ciudad de México, no son las construcciones, sino el
espacio. El verdadero destello hubiera sido quizás si este pequeño museo de
lata retorcida estuviera rodeado de nada, descansando sobre una hectárea de
pasto pequeñito y bien podado, que exaltara sus formas y hasta provocara uno
que otro suspiro, en donde el resplandor de sus escamas nos hubieran llamado a
visitarlo, a preguntarnos ¿por qué cayó del cielo un objeto tan singular? La
forma y el fondo, cosas básicas del diseño, que algunos arquitectos a veces no
contemplan, o no se esfuerzan para que los dueños del capital lo comprendan.
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...llegando al complejo cultural, y después de una revisión /
cateo estilo aeropuerto, entramos al Soumaya. Vinos de Monte Xanic y una pierna
de jamón serrano bordeaba el área donde se dispondría el cocktail posterior al
concierto (sonreí). Pasamos a un pequeño auditorio escondido, que conozco bien
desde el año pasado, porque recorrí cada rincón del museo, pues en diciembre
organicé una cena para 100 personas en el lobby de éste recinto.
Conferencia con dos integrantes del ensamble, un señor amigo de ellos
y el embajador de Holanda, que lejos de ser aburrida, nos ilustró y entusiasmó
en un proyecto que quiere revivir el barroco, pero tocado por músicos
mexicanos, en un estilo que cada vez ha tomado más auge: la interpretación de
música antigua informada históricamente. ¿qué es esto? simplemente el procurar
tocar las obras de Bach, Vivaldi, Haendel, Coreli, etc. tal cual se tocaban en
la época en la que vivieron estos compositores: con instrumentos antiguos (o
elaborados exactamente idénticos a la usanza de la época) ya que el sonido es
totalmente diferente que las interpretaciones comunes hechas con instrumentos
modernos.
Ahí nos encontramos con Darío, promotor músical, violinista y amigo... y con otros tres amigos más. Pasamos al área del concierto, y
aquí, es algo que vale la pena destacar: En toda la obscuridad antes descrita
en la arquitectura y concepto del museo, existe este único espacio sublime,
blanco y amplio: el lobby del museo. El clavecín y los tripiés con partituras
dispuestos en ese espacio amplio (¿ves? lo amplio es chido) y etéreo. Una
escultura verdosa de August Rodin parece darle estabilidad, equilibrio, peso, a
tanto aire.
El concierto hermoso. La música, apelando a lo divino, a lo
sacro. Los instrumentos: flauta, fagot, clavecín, violín. Me llama la atención
la juventud de los intérpretes. Me llama también ver sus rostros. Se ve tan
intensamente marcada su personalidad en cada uno de ellos… casi podría hacer
una historia inventada totalmente distinta de cada quien.
Justo al inicio del concierto, cuando todos tosen y se hace
el silencio previo, se deja notar, magnificado por la acústica del lugar,
música y retumbos de promociones comerciales que se cuelan en la para nada
hermética sala… todos se voltean a ver, yo con C y con los amigos, una
señora de primera fila (de los invitados VIP) se voltea y comenta “¿qué es ese
ruido?”
Un muchacho de la producción sale corriendo como a
investigar de donde viene el ruido y tratar de apagarlo.
Es evidente que tendrán que concentrarse e iniciar así el
concierto, ya que no se sabe cuánto se tardará en sofocar ese sonido.
Muy profesionales inician el concierto, y ya casi al final,
en la última pieza, para rematar y colmo, en un momento hermoso de la pieza, el
tren que pasa justo frente a las puertas del museo, suena SIN PUDOR ALGUNO su
silbato, que con algo de imaginación y ya con bastante buen humor, me imaginé
que el tren se parecía un poco a un instrumento grande de cuerda, como un
contrabajo o algo así.
Los músicos terminaron a punto, y todo fue aplausos y emoción.
En la cola que se formó para que nos dieran tantito jamón
serrano y vino Monte Xanic, platicando con los amigos, me di cuenta que ya el
embajador de Holanda tenía su jamón y su vino y se había sentado en una mesita
bastante lejana, y entonces atiné a decirle a B (en voz un poco alta): “híjole
B, ya ni amuelas, no te le metas en la cola al embajador de Holanda ¿qué va
a pensar de nosotros los mexicanos?”.
C se escandalizó, y me dijo “shhhhhhh” con
ojos reprobatorios, mientras los demás amigos se reían, y yo pues también
muerto de la risa… “vamos a poner en gran tensión las relaciones
bilaterales México – Holanda”
jajajajaja! Un posible conflicto internacional, todo por ir a un concierto y no saber cerrar el pico.