miércoles, abril 15, 2015

Francis Alÿs, relato de una negociación, y nostalgia por el MAM


La visita a un museo, aprovechando los días de asueto en la capital, derivó en un rebote al mero estilo de carambola de bolas de billar, para terminar en la buchaca de la esquina contraria, mejorando la experiencia notablemente.

Justo había comentado (ver post pasado) la exposición de Henri Cartier-Bresson, y por tal motivo me quedé aún vibrando en la dimensión de la fotografía, por lo que tenía la intención de acudir a la expo del MAM, para ver de qué iba la muestra de Edward Weston y Tina Modotti.

Aunque la exposición se llama Fascinación, después de ver el excelente montaje de Cartier-Bresson en Bellas Artes, preferí ir mentalizado a que quizás no encontraría algo con tan buena museografía. 

La decepción fue mayor, al encontrarme un letrero en la puerta del Museo indicando que no abrirían ni jueves ni viernes santo. ¿Santo? más bien: ¿A santo de qué, si todos los demás museos abrieron?

No quisiera ahondar mucho en la tristeza que me da ver al MAM en un estado casi deplorable, sin mantenimiento, con perennes mantas sindicales amenazando paros, con exposiciones tristemente curadas, como la montada actualmente conmemorando 50 años del recinto. ¿Qué le pasó a uno de mis museos favoritos desde la infancia, donde descubrí a Tepito Arte Acá, a Remedios Varo, a Rafa Cauduro, a Kiyoto Ota, a Carlos Mérida?

Administraciones vienen y van. Lo último que vi de buen nivel en el MAM fue la muestra de Mujeres Surrealistas, claro que para esto intervino un equipo de verdaderas personalidades, incluyendo un buen equipo curatorial y la directora del LACMA, a quien por cierto le robé su tarjeta y ya hasta nos escribimos =). Aproveché también en la inauguración para saludar a la viuda de Walter Grüen, quien fuera esposo de Remedios Varo.

Afortunadamente, mi amigo Carlos, con quien planeaba entrar al MAM, me sugirió que valía mucho la pena cambiar el rumbo hacia el Museo Tamayo, por la exposición de Francis Alÿs.

Hacía bastante tiempo que no visitaba el Tamayo, y me dio mucho gusto encontrarme con un artista conceptual en todo el rigor de la palabra. Desde la entrada, el sonido de la obra ya estaba haciendo de las suyas con un video de Alÿs serruchando un cuadro, complementando con un buen sabor de boca cuando llegas al cuadro serruchado, para darle sentido al audio de bienvenida.

El concepto de Alÿs gira en torno a las fronteras, a los contrastes entre un pedazo de tierra y otro, y expone las humanas y ridículas diferencias políticas y sociales que guardan entre sí, en contraposición con su extrema cercanía. Es interesante cómo un pequeño tramo de mar, puede ser un límite hacia la libertad, o hacia la igualdad de las personas.

El experimento de Alÿs incluye pinturas, performance, videos, poesía, construyendo una esfera de diversas aproximaciones para delimitar y destacar su mensaje. En su idea, quizás lógica para cualquier niño o artista, pero descabellada para el resto del mundo, Alÿs juega con hacer un puente de barcazas entre Key West y La Habana. Convoca a ambas poblaciones a cooperar para juntar las suficientes embarcaciones para que de cada extremo se fuera formando este puente virtual que llegaría a unirse en un punto medio en el océano. 

Quizás tristemente, por la lógica política / económica del mundo, el acting no logra consumarse, ya que del lado cubano junta alrededor de 40 voluntarios, y del lado estadounidense sólo una veintena a lo más. Decidido, traslada su laboratorio al estrecho de Gibraltar, y nos inunda de manera visual y audible con la paradoja de esa breve separación entre tierras, con Europa de un lado y África del otro. Un grupo de chicos con barquitos confeccionados con chancletas de goma, o flip flops, atildados como veleros, se internan en el mar, en cada orilla de ambos continentes, y sueltan sus naves, para un encuentro que sólo puede ser probable en el espíritu del artista.



De hecho, Alÿs menciona en el video que narra lo de Cuba, que si se tienen a dos hombres, quienes se están tratando de poner de acuerdo en algún asunto, y un hombre abofetea de pronto al otro, el curso de las negociaciones se altera, se frustra. No hay posibilidad de acuerdo. Sin embargo (y esto lo hace dibujando un esquema de bolitas en un cuaderno) si se incluye a un tercer personaje en la fórmula, que pueda interceder por los dos hombres, facilitando la negociación, renacen las posibilidades. Ese tercer hombre es el artista. Este concepto me fascinó, y me hizo girar en el concepto entero del arte, a redefinir en ese momento el papel del artista.

Gracias a un valioso plus de la obra visual, agradezco el poder haber vivido la experiencia de estar en el eje de un tornado. Las sensaciones te invaden en un poderoso video que te sumerge en el corazón mismo de este fenómeno de enorme caos, y casi terminas escupiendo tierra,  llorando el lodo de esta impresionante y realista fuerza de la naturaleza.

Alÿs visita Afganistan y nos da también una visión pletórica de contrastes, de la vida cotidiana de ese país árido, triste, ocupado al antojo de los poderosos, sumido bajo su propio peso religioso. El video de "REEL  -   UNREEL", disfrutado desde la comodidad de una colchoneta en el piso, te envuelve en esas meditaciones. Sales "girando" literalmente de la sala de proyección, creo yo que hasta con una visión muy distinta, no de Afganistán, sino de México y de nuestra realidad, con nuevos lentes.



En una pared, frases con una poética inteligente, un año que cimbra lo más profundo, nombres que no te dejan parpadear. El eterno tema de la guerra vs. la persistencia del espíritu humano a través del arte. 


Francis Alÿs es un poderoso creador que invade con su concepto el Tamayo, artista nacido en Bélgica, que vive y trabaja en México desde la época posterior al terremoto del 85, acontecimiento que lo marcó, influyendo en su decisión por abandonarlo todo y dedicarse al arte.

sábado, abril 04, 2015

Cartier-Bresson en México, lecciones de luz y tiempo.


Amar el arte de la fotografía sigue siendo en nuestros días un amor peculiar, un debate romántico inmerso en un mundo donde los adelantos tecnológicos para el procesamiento de imágenes se multiplican y sustituyen unos a otros a gran velocidad, mucho antes de que podamos asimilar los que van quedando obsoletos. 

En una vorágine del consumo de imágenes,  millones de tomas fotográficas se hacen desde teléfonos móviles a cada momento. Pienso que ni en los sueños más descabellados de Nicéphore Niépce o Daguerre se hubieran imaginado que prácticamente toda la población de una ciudad contaría con una cámara fotográfica que además cargaría a cada momento, para tomar hasta los más inocuos instantes de la vida cotidiana.

A pesar de esa democratización tecnológica, la fotografía nos sigue fascinando: todos queremos ser grandes fotógrafos. Es un hecho incontrovertible, que forma parte de nuestra intrincada genética cultural. Sin embargo, aún sigue destacando el trabajo de los maestros que han hecho de la luz y los instantes una enciclopedia de la poética y las pasiones humanas, creando imágenes que sobresalen por entre las toneladas (o mejor dicho millones de megabytes) de imágenes digitales.

De entre los grandes maestros que abrieron el derrotero que seguiría la estética y narrativa de la imagen fotográfica, Henri Cartier-Bresson es de mis personajes favoritos, y por supuesto que al enterarme de su retrospectiva exhibida en el Palacio de Bellas Artes, la emoción me inquietó hasta el mismo instante en que pude dedicarle toda la mañana de un sábado.

La mirada del siglo XX, es el título de la exposición presentada por Bellas Artes, en colaboración con el centro Pompidou y la fundación Cartier-Bresson. Al entrar a la sala, y desde las primeras piezas, un dibujo que hace de un Boy Scout a su madre, o sus pequeñas primeras pinturas en témpera sobre cartón, intuyes que el viaje va a ser cronológico y escrupuloso.


A manera de prólogo comienzan estas piezas para degustar posteriormente una continuidad de pinturas, collages y fotos con temas surrealistas, sus tomas de la vida cotidiana en África, poco después de haber conculido su servicio militar, por el año 1930, (muchas tomas en picado o con repeticiones y juegos geométricos).



Muchas fotografías rescatadas de su "primer álbum" (un cuaderno de espiral) que forma cuando él decide hacerse fotógrafo, a su regreso de África, son un verdadero lujo. Es como un viaje a la intimidad de su hogar, como si nos permitieran abrir sus cajones y vislumbrar de qué va su vida, todo un viaje a los archivos secretos que todos tenemos en algún lugar de nuestros aposentos.

Fuertemente atraido por los preceptos surrealistas de Breton, Cartier-Bresson explora ese mundo en diferentes direcciones. En la expo se dedica un buen tramo al disfrute de estas imágenes, clasificadas en cinco conceptos que el fotógrafo mantenía muy conscientemente: las tomas Explosivo-Fijas, las Erótico-Veladas, las Mágico-Circunstanciales, la Sal de la Deformación y los Soñadores Diurnos.

Por supuesto, dentro de la sección Explosivo-Fijas, no pude dejar de sobresaltarme por el famoso fotograma Detrás de la estación de Saint-Lazare, de 1932, ejemplo ya de carácter de libro de texto, que ejemplifica categóricamente el Momento Decisivo. Me quedo viendo esta fotografía, y no dejo de preguntarme la posición del fotógrafo, ¿cuánto tiempo estuvo ahí? ¿esperando ese momento, o pasaba por casualidad? ¿quién era el personaje que brinca sobre el agua?



Una hermosa imagen, tomada en sus viajes a México, bella por su movimiento, su estética desenfadada, su descubrimiento del momento de amor entre dos mujeres, al abrir la puerta, según lo relatado en la museografía, también sublime.



Particularmente me llamó mucho la atención un pequeño autorretrato (muy escasos por cierto), de 1932, donde, bajo la categoría de La Sal de la Deformación, aparece Cartier-Bresson, en una "selfie" frente a un espejo de esos de feria, que transforman y alargan las formas, convirtiéndolo en un ser enigmático y achatado.




Posteriormente podemos apreciar su periodo de incorporación a la izquierda anti imperialista, en donde a través de sus viajes retrata el rostro de la pobreza en Francia, España y México. Exponer la injusticia y los contrastes sociales son ya parte importante de su trabajo, y de hecho consigue un trabajo en la prensa comunista.

Al ser enviado como corresponsal a Londres para fotografiar la coronación de Jorge VI, Cartier-Bresson con su mirada particular, evidencia la circunstancia alrededor de la coronación, las tomas no son los clásicos retratos para enaltecer al monarca, sino la expectación del pueblo, tan distinto a la monarquía, tan alejado de los privilegios.



Parte de sus reportajes incluyen la cobertura del fenómeno que causó la instauración de dos semanas de vacaciones pagadas a los trabajadores, como parte de los cambios por la llegada al poder del Frente Popular Francés. Escenas de la gente matando la tarde, o disfrutando de il dolce far niente nos hacen reflexionar acerca de nuestro actual estilo de vida, y de las cosas que damos por hechas, cuando en otro tiempo significaron un logro digno de ser fotografiado.

Les puedo decir que vale la pena leer y escuchar todos los audios disponibles en la sala, y toma su tiempo dedicar cabalmente la atención necesaria a cada sección, pero la recompensa es grande, y vale  la pena aprovechar este gran esfuerzo de catalogación, al ser un receptor ávido de los textos, videos y audios dispuestos a lo largo de la exposición.

Hablando de los videos en particular, me llevé una grata sorpresa el haber descubierto que Bresson había sido seducido por el lenguaje cinematográfico, y su acercamiento al cine lo llevó a ser ayudante de Luis Buñuel e incluso colaborador con Jean Renoir. Gracias a una selección de cortos de Renoir, se le puede ver actuando, un verdadero privilegio contextualizado por una magna retrospectiva como lo es ésta.

La fiel documentación fotográfica de el final de la guerra, el fin del nazismo y el regreso de los prisioneros, a quienes se desinfectaba con DDT para evitar las plagas, son documentos que ya hacen vislumbrar su madurez como reportero gráfico. De hecho, al final de su primera retrospectiva, presentada en el MoMA en 1947,  funda junto con Robert Capa, David Seymour, George Rodger y William Vandivert la agencia fotográfica Magnum, misma que sería un modelo de calidad mundial en fotoreportajes. 

Las imágenes captadas alrededor del mundo, nos hablan de un verdadero pulso de nuestra civilización, los símbolos y personalidades que han revolucionado países y gobiernos, se exponen en la muestra de la mano con los viajes de Cartier-Bresson:  Las exequias de Gandhi, el fin del gobierno de Kuomintang en China, con imágenes preocupantes que nos hacen reflexionar por ejemplo en las modernas devaluaciones y el valor del dinero. Fotografías de un poder impactante que retratan la Rusia tras la muerte de Stalin, desde el punto de vista cotidiano, franco y directo desde las entrañas de la sociedad misma.

Al avanzar por los pasillos, volteas al final del mismo, para ver si todavía hay más, si estás a punto de terminar, y descubres que afortunadamente todavía queda bastante que ver: los retratos por encargo, por ejemplo, donde quedan captadas las personalidades de escritores, artistas, filósofos. En particular me gusta mucho el retrato de Alberto Giacometti, quien se ve caminando, como inclinado, emulando la inclinación de una escultura suya, a su lado. Por cierto, me hace recordar aquella excelente exposición de los hermanos Giacometti en el hoy extinto Museo Arte Contemporáneo, en Polanco.



Me sorprendió cómo algunas fotografías formaban un conjunto visual de siluetas que emulan los kanji de la escritura japonesa. La gente es escritura, las figuras un texto.



Algunas escenas del reportaje que Bresson hace de los franceses, me dejan gravitando en su manera de componer las escenas. En particular quedo atrapado por Simiane-la-Rotonde, de 1969.



Ya en las últimas partes de la exposición, los marcadores que han influido en nuestra actual manera de comunicarnos, quedan identificados en fotogramas de la serie: El hombre y la máquina, y el hombre y el consumismo.

He de insistir en que vale mucho la pena esta exposición, con una magnífica museografía y curaduría. Un proyecto árduo de investigación que muy probablemente no se volverá a repetir en muchos años, quizás décadas, si pensamos que su última exposición en Bellas Artes fue en el año 1935, junto con Manuel Álvarez Bravo.

Después de asistir a esta exposición, tomar fotografías se vuelve cada vez más un compromiso, haces más consciente aquello que quieres decir, y en cada disparo, no sólo recuerdas el instante decisivo, sino el fondo, la forma, la composición, el discurso. No es fácil observar, ser un profesional de la observación, pero es necesario esforzarse. En mi caso, escribir y fotografiar van de la mano con ese compromiso, un diálogo discursivo que siempre evoluciona y hay que alimentar, con imágenes, con lecturas. 

Después de ver la obra de Cartier-Bresson, estoy seguro que procuraremos un ojo más alerta, y un espíritu más observador. Se los aseguro.