miércoles, julio 20, 2011
domingo, julio 03, 2011
El sueño infinito de Leonora Carrington
3 de julio 2011
Mi cabeza ha estado dando vueltas, desde la
triste partida de Leonora Carrington, recién el pasado mes de mayo, y la verdad
es que no atinaba a encontrar la manera de hablar de ella. Como cuando se va un
amigo muy querido y durante el velorio todos hablan de lo bueno que fue: la
repetición exorbitante te mantiene callado, porque sientes que un comentario más sería excesivo y de mal gusto, pero te estalla la entraña y lo tienes atrapado
en la garganta por días.
Leonora ¿por qué nos dejas tan malitos de nuestro
surrealismo? Ella fue una artista
verdaderamente compleja –y completa- que dejó verter por cada poro su creatividad, transformándose
en pinturas, esculturas, vestuarios, novelas y cuentos.
Nacida en Inglaterra en 1917, Leonora Carrington vivió en el
convulsionado mundo que se hizo paso entre la guerra y la efervescencia de la
intelectualidad en Europa. Ella, un alma emergida de un hogar conservador,
recibió los ladrillos que sólo los privilegiados pueden poner en el orden
correcto para construir grandes obras. En su caso, Leonora construiría un magnífico
faro que nos alumbra con imágenes oníricas incluso hoy, después de su partida.
Su madre Irlandesa intercedió para nutrir a esta joven mente
de relatos épicos, personajes y genealogías fantásticas; además, a manera de
augurio, le regaló un libro de Herbert Read: El Surrealismo, cuya portada
estaba ilustrada por Max Ernst.
En los años 30´s Carrington conocería al pintor alemán Max Ernst, y
esta relación apasionada traería consigo una reacción en cadena de sucesos, de
entre los cuales destaca el haberse adentrado en el movimiento surrealista
desde el meritito centro de su gestación. Con Ernst viviría un tiempo en París, y participarían juntos en la Exposición Internacional de Surrealismo en
París y Ámsterdam. Es en este tiempo que también estaría en contacto con Joan
Miró, Pablo Picasso y Salvador Dalí.
En esta época, la garra del movimiento nazi se extiende a
Austria, y varios surrealistas, incluyendo a Leonora, se vuelven miembros
activos del Kunstler Bund, agrupación de intelectuales antifascistas.
Max Ernst es declarado enemigo del régimen y trasladado a un
campo de concentración. Leonora huye a España, ante la inminencia de la
ocupación nazi en Francia, conmocionada, con una grave herida emocional, y terminaría por instrucciones de su
padre en un hospital psiquiátrico en Santander.
De ese difícil periodo, la vida y obra de Carrington
quedarían marcadas de manera definitiva.
Y he aquí la manera en la que el destino lleva a nuestra
pintora a tierras mexicanas: escapa del psiquiátrico y llega a Lisboa, refugiándose
en la embajada mexicana, donde conoce al escritor Renato Leduc, con quién se casa
y se embarca rumbo a Nueva York.
Ya en México, se divorcia de Leduc y reencuentra a varios
compañeros del movimiento surrealista en el exilio, como son André Breton, Benjamín
Péret, Alice Rahon, Wolfgang Paalen, y Remedios Varo, entre otros.
En 1946 conoce al fotógrafo Emerico Weisz, con quien se
casa. Desde entonces, vivió intercaladamente en México y Nueva York.
Es en México donde su pintura se potencia, y se reviste de
un barníz de combinaciones íntimas y personales, de simbolismos célticos,
temas Jungianos, animales fantásticos, mujeres,
monjas y caballos en episodios que
podríamos situar en lugares conocidos de nuestro país, como su famosa pintura
Nunscape at Manzanillo.
Sus pinturas nos llevan a descubrir un universo narrativo
tan vasto como sus propios sueños, sus colores no son vibrantes, por el
contrario, las tonalidades ocres, verdosas, propias de un mundo inconsciente en
donde las siluetas alargadas de sus personajes se proyectan y conviven de la mano
de aparatos y muebles maravillosos.
Algunas pinturas de Carrington denotan una influencia de
artistas renacentistas, al evolucionar durante varios años, se van
haciendo más atemporales, con menos referencias geográficas, y los personajes
son una mezcla de animales y seres fantásticos, en situaciones desafiantes
de las leyes de la física.
Su obra abarca muchos años de transformaciones, de figuras
alargadas, a más regordetas, de colores ocres, a tonos más vivos, y como una constante inmutable: la presencia de la mujer, y
los animales.
Leonora Carrington fue una mujer apasionada, adelantada a
las circunstancias, luchadora, politizada y dueña de su tiempo, que intentó
advertir del peligro del nazismo el en ámbito social y cultural que le tocó;
también fue una entusiasta del feminismo incluso antes de sus primeras y claras
manifestaciones en México, a finales de los años sesentas.
El arte de Leonora, es el arte de la magia. Sólo a aquellos
que creen en la magia pueden adentrarse con placer en este florilegio de
símbolos, escenas míticas de ceremonias y procesiones.
No hace poco, esculturas de su ingenio adornaron el Paseo de
la Reforma, en la Ciudad de México. Fue un homenaje previo a su despedida, un
desvanecimiento momentáneo, que como un sueño recurrente volverá a nuestra
memoria, porque Leonora Carrington seguirá en nuestras historias inconscientes,
por siempre, en un sueño surrealista, infinito.
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