Todo lo que usted se pueda imaginar, y más, es lo que le espera si tiene que ir a una fiesta de "quinceaños" próximamente.
Dichosas las mujeres que pueden experimentar el día más rosa de su existencia, escoltadas por cadetes del Colegio Militar a la entrada de la iglesia, leit motiv de los esfuerzos paternos, que han visto florecer a su hija, y llegado el momento, coinciden con la idea generalizada de que esa "flor" tiene que ser presentada formalmente en "sociedad".
Aunque parezca increible, la mexicanísima tradición de la fiesta de "quinceaños" (que por cierto, sólo dura un día) forma parte del rito quizás más antiguo del mundo, que es el de la iniciación o "presentación" de la mujer ante la comunidad. Claro, dicho ésto muy a la mexicana (eufónicamente), ya que en realidad el origen del rito se basa en el ofrecimiento de la mujer virgen, en una edad de madurez sexual, a los varones de la comunidad tribal. Que en este caso la tribu se transforme en una sociedad urbana, nos hace entender que también existen otros valores culturales que cambian con respecto al concepto de "ofrecimiento", ya que incluso el actual motivo de festejar a la quinceañera es muy distinto en cada familia.
Toda la parafernaila quinceañeril es material de estudio para antropólogos, escritores, filósofos y amas de casa. Todo comienza con la decisión de la futura quinceañera: ¿vas a querer fiesta? La respuesta varía desde el "sí" rotundo e inequívoco, al "quiero mi carro", hasta el consabido viaje a Italia, donde la festejada recibe del mismísimo Papa la bendición cristiana, apostólica y romana.
Tomada la decisión, la vida familiar se vuelve un mar de preparativos: la iglesia, los padrinos, el vestido, las invitaciones, el "vals", los chambelanes. Aquí me detengo para reflexionar acerca de estos míticos personajes que acompañan a la quinceañera en su baile de presentación:
¿Qué son los chambelanes?
Según el diccionario un chambelán es: "un gentilhombre de cámara", cosa que no nos dice mucho, pero si echamos un vistazo a esa otra parte de la fiesta, a los ensayos que meses antes realizan quinceañera y chambelanes, podemos dar una definición más precisa: "chambelanes son las personas designadas por la quinceañera para que la acompañen a la hora del baile, con la finalidad de que no sea tan notorio que la festejada no sabe bailar". De ésta definición tenemos que los amigos de secundaria, primos y a veces hasta el novio, sirven de chambelanes, siempre y cuando bailen peor que la quinceañera.
Es curioso ver cómo en épocas pasadas, las quinceañeras y su séquito sólo bailaban el tradicional "vals", y ahora se ha convertido en una parodia de los ritmos de moda, en el que relucen los disfraces de rockeros, punks, raperos (hoy hip hoperos) y hasta Shakira es personificada en tan solemne festejo; pero me estoy adelantando...
Ya hechos los preparativos, y concluidos los ensayos a cargo de un profesional del baile, llega el día esperado. La ceremonia religiosa sirve de escaparate para disfrutar el exquisito y refinado gusto con el que se eligió el vestido de la quinceañera, se distingue por sus tonos apastelados, sobre todo el rosa o el azul. El sombrerito con velo asoma la tímida cara de la ex niña, ahora mujer, que se tambalea en tacones altos por el pasillo hacia el altar (aunque ahora se han puesto de moda tenis hechos de raso del mismo color del vestido). Desúés del didáctico sermón, y de los flashasos de los reporteros gráficos que se encargarán de que el suceso quede inmortalizado en la sección de sociales de prestigiados diarios locales, la concurrencia se traslada al lugar de la fiesta, generalmente bastante retirado del lugar de la misa, mientras la moderna Cenicienta sube a su carruaje en forma de calabaza, jalado no por hermosos corceles, sino por un Galaxie modelo 75 ¿no es como un sueño?
Ya en el "centro social" los invitados esperan el momento apoteósico en el que la festejada, flotando entre nubes de hielo seco y música instrumental, baje por una pequeña escalerita de caracol que apenas da cabida al vuelo del vestido.
Los momentos emotivos no se hacen esperar: el discurso del papá de la quinceañera es fundamental. Las lágrimas corren por el rostro de la festejada y los aplausos brotan a borbotones. Llegada la hora de la cena: la obligatoria crema (de lo que sea), pollo o res y el pastel con harto merengue.
El mariachi anuncia la llegada del final, después, cada quién para su casa; los pies de la quinceañera no soportan un minuto más de tacones, pero lo bailada nadie se lo quita. Los papás cumplen con una etapa más en la vida. Verán orgullosos las fotografías de una noche que da testimonio de meses de preparación, de ahorros y de entusiasmo. ¿Quién le puede reprochar a alguien la sensación del deber cumplido?
La tradición de la fiesta de quince años ha cambiado en los últimos años. En verdad las tradiciones cambian, al igual que los tiempos, pero la actitud festiva en las personas es algo inherente a la alegría de vivir, sea cual sea el motivo de celebración. Quizás ahora el mejor motivo para festejar algo, sea el que podemos festejar algo.
Dichosas las mujeres que pueden experimentar el día más rosa de su existencia, escoltadas por cadetes del Colegio Militar a la entrada de la iglesia, leit motiv de los esfuerzos paternos, que han visto florecer a su hija, y llegado el momento, coinciden con la idea generalizada de que esa "flor" tiene que ser presentada formalmente en "sociedad".
Aunque parezca increible, la mexicanísima tradición de la fiesta de "quinceaños" (que por cierto, sólo dura un día) forma parte del rito quizás más antiguo del mundo, que es el de la iniciación o "presentación" de la mujer ante la comunidad. Claro, dicho ésto muy a la mexicana (eufónicamente), ya que en realidad el origen del rito se basa en el ofrecimiento de la mujer virgen, en una edad de madurez sexual, a los varones de la comunidad tribal. Que en este caso la tribu se transforme en una sociedad urbana, nos hace entender que también existen otros valores culturales que cambian con respecto al concepto de "ofrecimiento", ya que incluso el actual motivo de festejar a la quinceañera es muy distinto en cada familia.
Toda la parafernaila quinceañeril es material de estudio para antropólogos, escritores, filósofos y amas de casa. Todo comienza con la decisión de la futura quinceañera: ¿vas a querer fiesta? La respuesta varía desde el "sí" rotundo e inequívoco, al "quiero mi carro", hasta el consabido viaje a Italia, donde la festejada recibe del mismísimo Papa la bendición cristiana, apostólica y romana.
Tomada la decisión, la vida familiar se vuelve un mar de preparativos: la iglesia, los padrinos, el vestido, las invitaciones, el "vals", los chambelanes. Aquí me detengo para reflexionar acerca de estos míticos personajes que acompañan a la quinceañera en su baile de presentación:
¿Qué son los chambelanes?
Según el diccionario un chambelán es: "un gentilhombre de cámara", cosa que no nos dice mucho, pero si echamos un vistazo a esa otra parte de la fiesta, a los ensayos que meses antes realizan quinceañera y chambelanes, podemos dar una definición más precisa: "chambelanes son las personas designadas por la quinceañera para que la acompañen a la hora del baile, con la finalidad de que no sea tan notorio que la festejada no sabe bailar". De ésta definición tenemos que los amigos de secundaria, primos y a veces hasta el novio, sirven de chambelanes, siempre y cuando bailen peor que la quinceañera.
Es curioso ver cómo en épocas pasadas, las quinceañeras y su séquito sólo bailaban el tradicional "vals", y ahora se ha convertido en una parodia de los ritmos de moda, en el que relucen los disfraces de rockeros, punks, raperos (hoy hip hoperos) y hasta Shakira es personificada en tan solemne festejo; pero me estoy adelantando...
Ya hechos los preparativos, y concluidos los ensayos a cargo de un profesional del baile, llega el día esperado. La ceremonia religiosa sirve de escaparate para disfrutar el exquisito y refinado gusto con el que se eligió el vestido de la quinceañera, se distingue por sus tonos apastelados, sobre todo el rosa o el azul. El sombrerito con velo asoma la tímida cara de la ex niña, ahora mujer, que se tambalea en tacones altos por el pasillo hacia el altar (aunque ahora se han puesto de moda tenis hechos de raso del mismo color del vestido). Desúés del didáctico sermón, y de los flashasos de los reporteros gráficos que se encargarán de que el suceso quede inmortalizado en la sección de sociales de prestigiados diarios locales, la concurrencia se traslada al lugar de la fiesta, generalmente bastante retirado del lugar de la misa, mientras la moderna Cenicienta sube a su carruaje en forma de calabaza, jalado no por hermosos corceles, sino por un Galaxie modelo 75 ¿no es como un sueño?
Ya en el "centro social" los invitados esperan el momento apoteósico en el que la festejada, flotando entre nubes de hielo seco y música instrumental, baje por una pequeña escalerita de caracol que apenas da cabida al vuelo del vestido.
Los momentos emotivos no se hacen esperar: el discurso del papá de la quinceañera es fundamental. Las lágrimas corren por el rostro de la festejada y los aplausos brotan a borbotones. Llegada la hora de la cena: la obligatoria crema (de lo que sea), pollo o res y el pastel con harto merengue.
El mariachi anuncia la llegada del final, después, cada quién para su casa; los pies de la quinceañera no soportan un minuto más de tacones, pero lo bailada nadie se lo quita. Los papás cumplen con una etapa más en la vida. Verán orgullosos las fotografías de una noche que da testimonio de meses de preparación, de ahorros y de entusiasmo. ¿Quién le puede reprochar a alguien la sensación del deber cumplido?
La tradición de la fiesta de quince años ha cambiado en los últimos años. En verdad las tradiciones cambian, al igual que los tiempos, pero la actitud festiva en las personas es algo inherente a la alegría de vivir, sea cual sea el motivo de celebración. Quizás ahora el mejor motivo para festejar algo, sea el que podemos festejar algo.
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